martes, 11 de diciembre de 2012

El Castillo de Diempures


Los restos del Castillo de Diempures o, también denominado, Castillo de los Moros, se pueden localizar en la localidad de Cantalojas, muy cercano a la famosa y más conocida fortaleza del vecino Galve de Sorbe. En este caso, los vestigios de Diempures se asientan en una zona conocida como El Castillar y destacan por ser los únicos realizados con pizarra de todo Guadalajara. Además, y pese a sus reducidas dimensiones, es innegable que jugó un papel crucial como puesto fronterizo durante la Edad Media.

Hablar de la historia de esta fortificación es pura especulación pues, salvo leyendas de transmisión oral o pequeñas menciones en documentos históricos, todos los que han estudiado los restos del castillo llegan a un callejón sin salida. Puesto que el único dato  contrastable es su mención en el Fuero de Atienza -allá por el siglo XII- como uno de los límites occidentales de dicho territorio. No obstante, podemos retroceder mucho más en el tiempo y situar el origen de Diempures a partir la dominación musulmana de la península. Sin olvidar que, antes de los árabes, pudo existir un castro celtíbero en la misma zona.

Como así refleja José Luis García de Paz en su artículo La Marca Media de Al-Andalus en tierras de Guadalajara”, los árabes iniciaron durante el siglo X un proyecto de refortificación tan ambicioso que supuso levantar tres tipos de edificaciones defensivas en la Marca Media: ciudades fortificadas, como la de Alcalá de Henares o Guadalajara; castillos en zonas elevadas poco accesibles, como en Hita o en Sigüenza; y torres vigía para controlar el paso de puentes y caminos. En este último tipo clasificaríamos Diempures, que vigilaría el río Sorbe en su nacimiento y el antiguo camino entre los territorios comunales de Atienza, Sepúlveda y Ayllón. Ello explicaría que, durante siglos, el boca a boca bautizase el enclave como el Castillo de los Moros.

Con el transcurso de la Reconquista, la pequeña fortaleza pasó a manos cristianas, primero dependiente de la Villa y territorio de Ayllón, para luego pasar a la jurisdicción administrativa de Atienza. Es en este contexto cuando podemos hacernos una idea de cómo pudo ser el castillo. García de Paz explica que Diempures “constaba de una torre vigía y un pequeño reducto militar que estaba cercado por un foso”. Además, “todavía se conservan las jambas de la puerta, y dos toscas saeteras que la defienden. Fue construido usando pizarra, y es el único de Guadalajara hecho con este material, y uno de los escasos de España”.

En resumen, el castillo se sustentaba sobre un macizo rocoso, aprovechando el barranco como defensa natural. Además del torreón de vigía, debió de existir un puente, también de pizarra, que conectase las dos orillas del río Sorbe, como así describe Salvador Sánchez Orozco, de la web Atienza.info. Por desgracia, no quedan vestigios de dicha pasarela a simple vista. Es posible que la corriente y la humedad terminasen por derribar la construcción por completo. Asimismo, para confirmar la función de paso fronterizo que tuvo el castillo, la tradición del paso de Puerta Infante si recoge que Diempures estaba presente en la ruta que tomaban los arrieros de Atienza en su camino hacia Segovia.

Antonio Herrera Casado, cronista provincial de Guadalajara, apunta que durante aquellos remotos tiempos “lo más probable es que el castillo fuera de propiedad real, o del Común de Atienza”. Ya que, continúa, “no existen datos que lo refieran a la propiedad de algún señorío. Quizás en el siglo XV fuera de los Estúñiga”, propietarios entonces del castillo de Galve de Sorbe. Aunque todo ello es una mera suposición.



El Ánima y la Dama Diempures

En cuanto al folclore relacionado los restos de la fortaleza, el periodista José Serrano Belinchón se tomó la molestia de poner por escrito la leyenda más conocida por los habitantes de la comarca. Una historia macabra donde las haya. En ella, el señor del castillo, Don Iván de Zúñiga, tuvo que marchar para combatir contra los sarracenos por orden real, dejando en la plaza a su bella esposa, Isabel, con la compañía de su sobrino, el joven Alonso de Vargas; ambos de la misma edad. Quiso el destino funesto que el noble muchacho cayera prendido de ella y, en cuanto llegó la noticia de la honrosa muerte de su señor tío en combate, Alonso no se lo pensó dos veces y fue a tomar a la bella Isabel. Por algo él era el heredero, o eso creía. Asimismo, también tenía la extraña idea de que su amor era recíproco, pero pronto sería testigo de su error.

Por supuesto, ella le rechazó y, no contento con ello, Alonso trató de poseerla por la fuerza en su propia alcoba. Pero Isabel defendió su honor como Dama de Castilla que era; no cedería su lecho y mucho menos ante semejante mequetrefe. Presa del pánico, logró huir por un corredor hasta el exterior, escondiéndose entre dos almenas. Pero no fue suficiente, puesto que Alonso le dio alcance y empezaron a luchar. En ese preciso instante y a la luz de la luna llena, Isabel agarró con fuerza el puñal que llevaba colgado al cinto su enemigo y, para sorpresa de éste, que ya se veía atravesado por la furia de la moza, ella misma se clavó el cuchillo de un golpe seco y mortal, esparciendo su sangre por todas partes y manchando la exquisita pizarra de alrededor. El joven noble no podía creerlo. Ella yacía muerta a sus pies.

Cuenta la leyenda que Alonso de Vargas, presa de la desesperación, trastabilló y se precipitó al vacío completamente ido, despeñándose y desgarrándose a causa de la caída. Posteriormente, nadie encontró su cadáver y las habladurías llegaron a decir que fue pasto de los lobos, muy hambrientos en aquella época del año. Como epílogo, cuentan los pastores de la zona que, en las noches de luna, se pueden oír los gemidos del espectro de Alonso de Vargas, que, arrepintiéndose de su pecado mortal, continúa vagando por las ruinas de Diempures hasta el fin de los días.

Estado ruinoso actual

A día de hoy, sólo unos pocos saben de la existencia del Castillo de los Moros, dado que la mayoría del turismo se decanta más por la visita al Hayedo de Tejera Negra, muy próximo a Cantalojas. Una de las causas la encontramos en que los vestigios de Diempures no están conservados ni catalogados. El acceso es remoto, y complicado si nunca se ha ido. Y, lo más importante, cada vez queda menos del emplazamiento original, incluso el arco de la entrada, el elemento más llamativo, se encuentra en tan lamentable estado de ruina que cualquier día puede venirse abajo.

Este abandono, como reconocía el edil y vecino de Cantalojas Jorge Molinero en “La Memoria de las Piedras” de Guadalajara Televisión, está causado por la falta de fondos y por ser una edificación protegida y, por lo tanto, intocable. A este respecto, Antonio Herrera Casado escribe que “las ruinas de Diempures están protegidas de cualquier agresión por el Decreto Protector de los castillos españoles de 22 de abril de 1949 y por la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español”.  

Publicado originalmente en la edición escrita de "El Afilador" (2012) 

martes, 30 de agosto de 2011

VIAJE AL PASADO: EL DESPOBLADO DE MORENGLOS




Morenglos, situado entre los pueblos de Tordelrábano y Alcolea de las Peñas, lleva abandonado desde el primer tercio del siglo XIX, es decir, nada menos que 200 años.  Actualmente, todo lo relacionado con este despoblado es un completo enigma para los vecinos de los municipios aledaños y sólo disponemos de escasos documentos que han salido a la luz gracias a la labor de varios investigadores implicados en la zona.



Este pequeño enclave pertenece, hoy día, al término municipal de Alcolea de las Peñas y se enmarca dentro de los alrededores de Atienza (Guadalajara). Los vecinos de los dos pueblos fronterizos coinciden en saber más bien poco o nada sobre quienes vivían en el despoblado y sólo recuerdan que ha servido de cantera para la construcción de nuevas viviendas, y que la iglesia fue pasto de las termitas hace muchos años. A simple vista, lo único que destaca de Morenglos es la espadaña de la iglesia que, inmune al paso de los siglos, recorta el horizonte vista desde la carretera. Varios vecinos de Tordelrábano coinciden en que un albañil intentó llevarse las piedras del templo a mediados del siglo XX. No obstante, A.U., vecina de Alcolea de las Peñas e investigadora local, descarta esta posibilidad porque las piedras estaban tan bien sujetas con argamasa en la parte inferior “que tenía que haberlas cogido de lo alto de la torre, de lo contrario, hubiera sido humanamente imposible”.

Firma original de Juan Cebolla (1769)
La iglesia románica de Morenglos permaneció en pié, al menos, hasta finales del siglo XVIII, según confirman los documentos del Archivo Diocesano de Sigüenza. Corría el año 1769 cuando el teniente cura de Alcolea y Tordelrábano, Don Juan Cebolla, dio fe del buen estado del edificio ante notario, salvo por pequeños desperfectos en el suelo, varias goteras y la pila bautismal algo baja. La visita del religioso vino motivada porque los habitantes de Morenglos habían solicitado que la iglesia recuperase el Santo Sacramento, perdido en 1764 porque la zona había quedado prácticamente despoblada. Pero Morenglos volvía a estar habitado y los cuatro vecinos censados, junto a sus familias (unas 14 personas en total), tenían que desplazarse hasta Alcolea de las Peñas para asistir a Misa, cruzando, al principio de buen agrado y luego de mala gana, el arroyo que separaba ambos lugares. Es importante decir que, durante la época, al menos uno de los arroyos de la zona sufría crecidas y ello hacía muy complicado atravesar sus orillas.

Finalmente, el templo fue acondicionado y, con la obligación firmada por los vecinos de ocuparse del mantenimiento del mismo, recuperó el Santísimo Sacramento durante unos años, de la mano del cura de Tordelrábano de la época, Don Marcelino Gutiérrez, pese a sus reticencias iniciales. El trasfondo de la historia, como desvela Juan Antonio Marco, sacerdote e investigador, estaba en que los nuevos moradores de Morenglos pretendían “controlar los diezmos de esa iglesia a través del cargo de mayordomo” (persona que administraba los bienes parroquiales), que hubiera “recaído en uno de ellos”. Aunque, lo más probable, según los documentos, es que tales competencias recayeran, a pesar de todo, en el mayordomo de fábrica de Tordelrábano, quien administraría los bienes de ambas parroquias.

Interior de la cueva bajo la espadaña
Las idas y venidas de habitantes llegaron a ser una constante en la historia más reciente de Morenglos, lo que hace pensar, continúa Marco, en una “población flotante”, es decir, “que pasaban por ahí y se quedaban, marchándose a otros lugares en cuanto podían”. El propio Juan Cebolla, en su informe de 1769, escribía que “de muchos años a esta parte no han conocido en este lugar mas vecinos que quatro o zinco, y que tampoco hay mas casas donde habitar”. Esta “falta de arraigo”, así como la escasez de la población hicieron que Morenglos fuera dependiente de sus pueblos vecinos. Sólo así se explica el “expolio” sufrido por el despoblado incluso antes de su abandono definitivo a principios del siglo XIX. Es el caso del préstamo de la campana a la iglesia de Alcolea en 1650, un elemento que nunca fue devuelto, ya que la autoridad eclesiástica dictaminó que era más necesaria en el pueblo vecino.  Por suerte, añade Juan Antonio Marco, pese a que el mencionado instrumento se quedó en Alcolea (y años después se refundió para aumentar su tamaño), la torre de Morenglos contó con una nueva campana hacia 1695 y, de ahí, que la iglesia siguiera teniendo uso en los años sucesivos.



Detalle de las tumbas antropomorfas
En actualidad, las ruinas de la parroquia de Morenglos se sustentan sobre una gran roca maciza en la que se distinguen varias tumbas antropoides, tanto de adultos como de niños, en orientación oeste-este. Asimismo, en un nivel inferior del macizo rocoso, encontramos cuevas artificiales que, según los expertos, debieron utilizarse como viviendas.  A escasos metros al oeste de la espadaña, visualizamos una segunda masa rocosa con otra cueva escavada en su interior. Esta concavidad artificial es mucho más grande que las anteriores, con canalizaciones en el techo para facilitar la entrada de agua a un gran aljibe, prácticamente oculto por la vegetación.  De este sector, A.U. explica que “allí había por lo menos cinco viviendas. Ya no se ven porque los propietarios echaron piedras para limpiar la finca. Eso sí, una se ve perfectamente: salidas de humo, conducciones de agua, etc.”.

Interior de la cueva del sector II
En lo referente al aspecto que pudo tener el despoblado, Marcos Nieto, autor del portal especializado en historia antigua de Sigüenza y sus alrededores, histgüeb.net, opina que, pese a desconocer cuál sería el uso original de las cuevas, “las casas estarían dispuestas en torno a las dos masas rocosas, aprovechándolas como apoyo firme para el maderamen, como parecen indicar las múltiples improntas de vigas en dichos muros pétreos, que indican que no una, sino múltiples construcciones se han apoyado en los mismos”. Por lo tanto, añade, “las cuevas excavadas serían empleadas como cuadras o similares, como se sigue haciendo en muchos sitios”.  No obstante, varios vecinos aseguran que no han visto ningún tipo de restos de construcción: ni de madera, ni de tejas, ni de yeso. “No me extrañaría que cuando se despobló el lugar a mediados del siglo XIX se transportasen al vecino Tordelrábano, pues esos materiales tenían mucho más valor entonces que ahora y la distancia era corta”, concluye Nieto.

Los orígenes
Enrique Daza Pardo, arqueólogo de la Dirección General de Cultura en Toledo y especialista en arqueología medieval, sitúa el origen de Morenglos en torno al siglo VII d.C., en plena época visigoda y lo considera un lugar “en continuo proceso de transformación” donde “se pone de manifiesto la coexistencia de los espacios habitacionales con los funerarios”. En este sentido, cercano al despoblado, se han encontrado yacimientos arqueológicos de origen romano y visigodo. “Destacaría en el paraje Cerrada de las Monjas una necrópolis de época visigoda del siglo VI, cuyos ajuares se custodian en parte en el Museo de Guadalajara y en el Museo de San Gil en Atienza.  Ésta necrópolis se estableció junto a las ruinas de una villa romana, de la que se tienen muy pocos datos”, continúa Daza Pardo. De lo que sí se tiene constancia es  que, supuestamente, una calzada romana cruzaba toda la región y unía Sigüenza con Tiermes, pasando por Atienza. Ejemplos de restos así se pueden encontrar en la cercana localidad de Paredes de Sigüenza.

Asimismo, este arqueólogo baraja la hipótesis de que, a partir del siglo X, el despoblado fue ocupado por asentamientos “de clara raigambre cristiana” que debieron coexistir con musulmanes. “Creemos que en esta zona la población islámica (de origen beréber) estuvo ceñida a Atienza y a algún otro asentamiento fortificado menor siempre relacionado con los puntos de control de caminos o con el control de la sal, tan importante en la comarca.  Es por ello que coexistan pequeñas comunidades cristianas muy dispersas y poco importantes bajo la dominación musulmana”.

Este episodio pudo coincidir, siguiendo a Daza Pardo, con la construcción de varias atalayas en la zona, dentro de un programa de refortificación realizado por parte del estado califal cordobés durante la época. Hecho que se atestigua en los cimientos de una torre de base circular encontrados encima de la cueva de Merendilla (situada a varios metros al sureste de Morenglos) o, en otro sentido, varios topónimos de la zona, como Tordelrábano (antes escrito “Torre del Rábano”) o Alcolea, cuyo nombre deriva de la expresión árabe al-qulaya, traducida al castellano como “castillo pequeño”.

Abandono final
Regresando a los últimos siglos de existencia del despoblado, lo que parece evidente es que Morenglos sufrió un abandono progresivo en beneficio de sus pueblos vecinos. Si la situación ocupacional en la segunda mitad siglo XVIII ya era bastante precaria, en el XIX llegó el ocaso definitivo. Concretamente, según recuerda A.U., “la última vecina del lugar se fue a vivir a Tordelrábano en 1803”. Juan Antonio Marco maneja datos que coinciden en este aspecto, dado que, según el libro de Fábrica de Morenglos, la aldea ya estaba despoblada en 1807, y, además, “ni la Demarcación Diocesana de 1850 ni la de 1899 contienen mención alguna a Morenglos, de donde se deduce que permaneció despoblado”, concluye Juan Antonio. Por último, según la investigación de Marcos Nieto, la iglesia ya estaba en ruinas hacia 1850, y sólo se distinguía un elemento ahora desaparecido: el caracol de la torre.


Virgen de la Artesilla
Como consecuencia de este abandono, los bienes de la iglesia de Morenglos se repartieron entre los dos pueblos vecinos. Varios habitantes aseguran que una de las tres campanas de Tordelrábano pertenece a Morenglos. Mientras que otras personas afirman que en la iglesia de Alcolea de las Peñas hay dos Sagrarios, concretamente uno encima del otro. Finalmente, volviendo a Tordelrábano, existe una reliquia de importante valor que las fuentes oficiales datan alrededor del siglo XVI, pero que otros investigadores sitúan mucho más atrás, en concreto durante la época visigoda. Este “tesoro” no es otra que la Virgen de la Artesilla, que debió descansar en el desaparecido templo de Morenglos durante siglos.






Cronología de Morenglos.


- s. VII: Orígenes de Morenglos y de la Cueva de la Merendilla. Época visigoda.
- s. X: Etapa de fortificación musulmana. Coexistencia entre cristianos y musulmanes.
- s XII: Repoblación cristiana. Creación de la parroquia. Morenglos debió tener un mayor tamaño y agrupar más familias.
- 1301: Morenglos aparece en el listado de aldeas perteneciente al arciprestazgo de Atienza.
- 1650: Préstamo de la campana de Morenglos a la iglesia de Alcolea
- 1681: Se realiza una reconstrucción de la espadaña de la iglesia (del libro de Fábrica de Morenglos)
- 1722: Los vecinos de Morenglos cruzan el arroyo para ir a Misa en Alcolea
- 1753: El Catastro de Ensenada informa de que hay tres vecinos en Morenglos
-1764: El pueblo se queda deshabitado.
-1767-69: Morenglos vuelve a tener habitantes. Historia de la reposición del Santísimo Sacramento en la iglesia.
- 1800: Un vecino de Morenglos es acusado de agredir al guarda del ganado de Tordelrábano.
-1803 (aprox.): La última vecina de Morenglos se traslada a Tordelrábano.
-1807: Última referencia en el libro de Cuentas de Fábrica de Morenglos. El lugar está despoblado.
-1850 (aprox.): Sólo se conservan algunos escombros y las ruinas de la iglesia, llamando la atención el caracol de la torre.




Publicado originalmente en El Afilador (edición impresa de agosto 2011)


Martina de Francisco: un siglo de vida con una sonrisa



Martina de Francisco del Olmo Chicharro nació en Rienda un 12 de noviembre de 1910. Desde entonces, ha vivido un sin fin de episodios que se pueden resumir en dos aspectos fundamentales: la dedicación a sus hijos y el trabajo duro para poder sobrevivir. Ahora su familia celebra por todo lo alto el que será el cumpleaños del centenario. De modo que están todos invitados. Pasen.
Lo primero que llama la atención del salón de Martina de Francisco son las fotografías colocadas en las paredes de la habitación. Se trata de imágenes de todos sus hijos, que no fueron pocos, porque tuvo nada menos que diez partos. Esta mujer ha tenido una vida muy dura y longeva, pero aparenta ser mucho más joven de lo que es. Su rostro es alegre y, pese a los años y el sufrimiento, no ha perdido ni una pizca de vitalidad. Sorprende su extraordinaria capacidad para comunicarse y su agilidad para moverse de un lado a otro, tanto dentro como fuera de la casa. Pero no usa bastón, en raras ocasiones utiliza gafas –tan sólo para leer, que es una de sus grandes aficiones–, y jamás pierde la oportunidad de mantener una conversación.Por ello, Martina no está muy convencida de los cambios que está sufriendo su residencia, como la barandilla para sujetarse en las escaleras o la nueva estufa de la cocina. Ella defiende que su domicilio “siempre ha estado así”, y lo dice con una sonrisa pícara, moviendo los ojos vivazmente, de derecha a izquierda, mientras escucha los cuchicheos de dos de sus hijas aquí presentes, Angelita y Asun. Su familia la adora.  Ella comenta que en el domicilio de sus chicos en Zaragoza se sienta y no pone pegas con respecto a los cambios, pero en su vivienda de Rienda es distinto, porque esta casa ha sido –y sigue siendo– su auténtico hogar. Por lo menos, desde que Martina contrajo matrimonio con Anastasio, ya fallecido.


Pero mucho antes de eso, en la década de 1920, esta vecina de Rienda se vio obligada a superar los grandes escollos propios de aquella durísima España rural. Su padre murió cuando ella tenía tan sólo tres años y, al mismo tiempo, falleció uno de sus hermanos. Posteriormente, cuando Martina contaba ya con 18 años, perdió a su madre y a una hermana adulta. Por suerte, contaba con otro hermano. Gracias a él, obtuvo algo de apoyo, que no duró demasiado, ya que el chico se ausentó durante unos meses para realizar el servicio militar obligatorio. Frente a este panorama, se vio en un serio conflicto. Por un lado, era demasiado joven para ocuparse por sí sola de las tierras y, por otro, necesitaba una ayuda varonil que no sería bien vista por la sociedad de la época. Al no estar casada, sus probabilidades de prosperar eran escasas. Probó contratando a un chico de 14 años para ayudarla en el campo, y llegó a un acuerdo con su cuñado para repartirse el trabajo. Martina tenía propiedades en Rienda y, su familiar, en Alcolea de las Peñas, pueblo situado a unos siete kilómetros de distancia de su localidad de origen. Para ello, recorría a diario sola la ruta que separaba ambos municipios a lomos de las caballerizas. Durante ese tiempo, la protagonista prácticamente “no dormía”. Incluso había vecinos de Tordelrábano –pueblo situado a medio camino entre Rienda y Alcolea– que se sorprendían al verla a horas tan intempestivas.


Ante esta situación, la solución más común de la época pasaba por el matrimonio. El problema de Martina era que siempre estaba de luto, y ello complicaba mucho las cosas. “Esto hacía que nunca me sacasen a bailar”, explica. No obstante, su futuro marido, Anastasio Vázquez, que también era de Rienda, encontró la posibilidad de cortejarla siendo el primero en ofrecerle un ramo en el día de San Juan. “Yo subía a soltar las cabras y me dice una señora: –Martina, tienes un ramo en la ventana–. Yo no tenía ganas de flores por la muerte de mis seres queridos, pero luego me decía mi cuñado: – Tú verás, eres joven”.


De este modo, al volver el hermano de Martina de cumplir el servicio militar, ambos contrajeron matrimonio con sus respectivas parejas: ella con Anastasio y él con otra vecina del pueblo. Algo que era muy habitual por aquél entonces. Cuenta Martina que compraron dos cochinas para la comida de las bodas. No se sabe cómo, pero las bestias escaparon un día lluvioso y dieron pié a la gente del pueblo a bromear con que por ahí iban «las cochinas de las novias». Martina y su familia no aguantan las risas con este episodio. Otra anécdota fue la del primer día que hizo la cena a su esposo y a su suegro, que fue una de las primeras veces que durmió en la que ha sido su casa de toda la vida. Ella les preparó almortas, unas legumbres parecidas a las habas, pero aplastadas. Lamentablemente, el plato no fue del agrado de los comensales, porque ni si quiera lo probaron. “Voy a ponerlas a la mesa, se empiezan a mirar el uno al otro y dije: –¿Señor, a qué están ustedes acostumbrados?–. Hacía cuatro días que me había casado y rechazarme así... ¡Claro! Que quien no perdona no es perdonado”. Fuera o no por casualidad, a partir de ese día, este guiso fue retirado del menú familiar.


Gracias al matrimonio, la vida de esta vecina de Rienda tomó un nuevo rumbo, porque ya no tenía el impedimento social y económico de estar soltera. Pronto empezaron a llegar los primeros hijos. Mientras éstos iban naciendo, ella tenía que compaginar su labor de madre con el cuidado de la casa y las tierras. Tampoco se libró de luchar contra enfermedades que mermaron la salud de sus más allegados. En este sentido, Anastasio aprendió a poner inyecciones por culpa de una epidemia de sarampión. Tal era el jaleo de la mujer con tanto crío, que debía dejarlos en casa, con la puerta cerrada, para poder hacer la colada en una de las fuentes de la localidad, entre otras labores. Y como las noticias vuelan en los pueblos, siempre algún vecino le iba narrando los acontecimientos que acaecían en su casa: “Un día estaba lavando en la fuente de arriba porque aquí, en la casa, no había agua. Había uno barriendo en la calle y me dice:  –Mira, te voy a dar una noticia. –¿Qué noticia? –respondí. –Que tienes un chico en la gatera del portal, otra en la ventana de la cocina, otro en la ventana del dormitorio y otro se oye en la cama. No tengo nada más que darte esta noticia”. “Yo he criado a mis hijos. Nadie me ha echado una mano. Estaban todos ocupados de una manera o de otra”, confiesa.


Con la llegada del verano su marido y ella contaban con cierta ayuda para segar sus tierras: “Los peones venían a mi casa a buscar trabajo. Se les daba comida y un dinero correspondiente. Venían murcianos, valencianos...”.
Coincidiendo con esta labor, Martina preparaba a sus obreros un menú especial que detalla a continuación: “Antes de salir al campo –entre las 5:30 y 6:00 de la mañana–  preparaba un desayuno fuerte con unas pastas, unas rosquillas y una copa de licor. Después, a eso de las 8:00, les llevabas el almuerzo: o unas migas, o unas sopas de ajo o de lo que fuera, bien condicionadas para que te trabajaran bien los peones. Cuando estaban segando a media mañana, les acercaba una tortilla con una pieza de adobo a cada uno, y, a mediodía, un cocido”. Cada día utilizaba una res distinta para preparar los cocidos, con el fin de tener la pieza fresca. “¡No era como ahora, que hay frigoríficos!” Luego, por la tarde, les preparaba una carne guisada, pollo o jamón –según el día–, mientras que por la noche, judías o huevos para todos. Finalmente, les ofrecía unas pastas.

Durante la Guerra Civil, el marido de Martina, junto a más hombres del pueblo, se vieron obligados a esconderse fuera de sus casas por si venían a llevárselos las tropas. En este contexto, “estábamos segando mi esposo y yo, junto a la carretera, y vinieron ocho camiones de milicianos, ¡de los rojos!, y claro, yo me había dejado a las niñas en la cama, ¡todas!, y yo decía: –¡ay mis niñas! –. Mi marido y yo dejamos todo y echamos a correr. Y según íbamos marchando, vino un avión de los rojos preguntando que si estaban aquí los nacionales. ¡Tan bajo iba, que le tiraron la gorra a mi marido!”. En otra ocasión durante la contienda, la mujer tuvo a dos capitanes del bando franquista durmiendo en su casa, así como a varios soldados en el pajar. Tal y como recuerda, “el regimiento se repartía por las casas. Había quien podía tener más gente. Yo tenía seis en el pajar, los capitanes estaban arriba, pero los demás abajo. Allí aprendí, entre otras cosas, a hablar otra lengua. ¡Pero ya no me acuerdo!”. Y para demostrarlo pronuncia, nostálgica y sonriente, unas palabras en italiano.


Años después, ella y su marido tomaron la dura decisión de mudarse desde su pueblo natal, Rienda, a Sigüenza, y así hacer frente a los gastos generados por los estudios de dos de sus hijos, internos en el Seminario. Para ello, se vieron obligados a vender parte de las tierras que tenían en Rienda. Pero el esfuerzo se vio recompensado años más tarde, porque sus hijos Francisco y Laurentino, junto con la ayuda de su hija Angelita, prosperaron y terminaron fundando el colegio Valdefierro en Zaragoza. Durante esos años en la ciudad del Doncel, que fueron cerca de 20, Anastasio se dedicó a la jardinería y Martina “hacía lo que podía” cuando sus hijos no la veían. “Trabajaba en casas, y los dueños estaban tan contentos que siempre querían que volviera”, desvela. Finalmente, el marido de Martina cayó enfermo y volvieron a mudarse, pero ésta vez con destino a Zaragoza, bajo el amparo de sus hijos.

Frente a los duros momentos, la religión ha sido la gran ayuda de esta mujer. La oración y el trabajo, añade su familia. Ella se enorgullece de no dejar nada en el tintero “he bordado, he hecho punto, he cosido, he segado, he escardado, he hecho pan, he cocinado, he lavado”. En la actualidad, ha vuelto a su casa de Rienda, eso sí, acompañada por parte de su familia, aunque pasa el invierno en la capital aragonesa. Ahora, estando próxima la celebración de su centésimo cumpleaños, Martina repasa su vida longeva con sabiduría y nos hace una confesión: “Si volviera a vivir hubiera hecho otra vida. Otro modo de vivir, ni bueno ni malo, nada más que cambiar de vida”. 

Publicado originalmente en El Afilador (noviembre 2010)

sábado, 16 de enero de 2010

Preestreno de "La Herencia Valdemar 1/2" o del 50% de la película, el resto en 2011

"La Herencia Valdemar" es la primera entrega de dos películas rodadas a la vez -Peter Jackson hizo tres y le fue bien- y es la ópera prima de su director y guionista, José Luis Alemán (que inicialmente pretendía hacer una trilogía pero no pudo ser).  No obstante, la historia parece que también se ha escrito del tirón y que ha sido partida en dos de una manera un tanto violenta, de ahí que el final nos deje con cara de "¿están de broma, ya se ha terminado?"


También se divide en dos el argumento, por un lado se desarrolla una trama actual, protagonizada por Silvia Abascal, Eusebio Poncela y Rodolfo Sancho; y por otro lado, una línea argumental que corresponde al siglo XIX: aquí es donde la película alcanza su mayor nivel de calidad y donde la historia engancha. A partir de entonces, el guión olvida la trama del presente -muy acertadamente (de hecho, esta película podría haber sido 100% del siglo XIX)- hasta minutos antes del final donde se dejan las puertas abiertas -de una manera muy cutre, a nuestro pesar- para la segunda entrega de la cinta, que suponemos cerrará la trama contemporánea y en la que el director dijo que los efectos especiales iban a ser impresionantes y que habrá una secuencia memorable en el interior de una cueva. Habrá que verlo el año que viene.


La historia desarrollada en el siglo XIX cuenta con nuestro querido Paul Naschy haciendo de "bueno": el mayordomo de la familia Valdemar (tuvimos la suerte de que se rodaron las dos películas a la vez y pese a su fallecimiento le veremos en la segunda parte) y con Francisco Maestre, entre otros, interpretando muy dignamente al singular  Aleister Crowley, artífice de la invocación a las fuerzas malignas. La película trata de recrear el universo del escritor norteamericano H.P. Lovecraft con poco acierto, pero le agradecemos el intento, que en España es todo un logro hacer producciones de este estilo.  Además le damos un notable alto a los efectos digitales, que no tienen nada que envidiar a los de cualquier otra producción de cine fantástico. Eso sí, el ser invocado del final es primo hermano de Lord Voldemort en "Harry Potter y el Cáliz de Fuego"...





En resumen, una gran producción (la cifra oscila entre 12 y 25 millones de euros de presupuesto para hacer esta película y su secuela, eso sí,  sin subvenciones) un gran trabajo de efectos digitales CGI, una banda sonora estupenda, unas interpretaciones un tanto sosas -salvo la del mencionado Francisco Maestre- y una recreación muy digna del siglo XIX. 

Asimismo, el filme aporta una idea valiente y bien ambientada, pero con un guión muy pobre tanto en diálogos como en la estructura narrativa -esto influye negativamente en las interpretaciones- que desencadena en un final cortado con tijera a la espera de la segunda parte. En estos casos pongo el ejemplo del magnífico final de "Kill Bill I", que con una simple frase -sin efectos especiales ni nada, solo guión- te cierra la película genialmente y te da unas ganas tremendas de ver la siguiente. Mi recomendación para las productoras es que si contratas a un profesional para cada sector de la película (fotografía, montaje, diseño...etc) ¿por qué no hacer lo mismo con el guión? 

"La Herencia Valdemar" se estrena el 22 de enero en toda España. ¡Id a verla! ¡Yo estoy deseando ver la segunda parte! Y sí, aparece nuestro amigo lovecrafquiano, ése al que llaman Chtulhu...y bastante logrado aunque sea durante solo tres segundos y en los créditos.



Recreación dialagoda entre un productor y un director cualquiera en España.
 -PRODUCTOR: El guión lo escribes tú en dos semanas: ahorramos dinero y así presumes de ser también el guionista, que eso da prestigio y está de moda. 
-DIRECTOR: Pero... no sé, tendré que hacer copia y pega de algún sitio, y que no se note.
-PRODUCTOR: Tienes el ejemplo de Díaz Yanes con "Alatriste", ése es el modelo a seguir. Y sin la complicación del castellano antiguo.
-DIRECTOR: ¿Y qué hay de los derechos de autor? Me da miedo Ramoncín.
-PRODUCTOR: Con el Quijote podemos pasar desapercibidos, pero no te libras del castellano antiguo y es viejo de cojones.
DIRECTOR: No importa, usaré el traductor de google. ¡Que bien! y yo que pensaba que tenía que pensar.
-PRODUCTOR: ¿Que pensaste que pensarías? Nada, nada; y no te preocupes, que luego te nominaremos al mejor copia y pega del año, lo suelen llamar mejor guión adaptado, jijiji.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Opinión, que no crítica de "Luna Nueva"

De las peores películas que he visto y no estoy exagerando, bueno “2012” es igual de mala, pero ésa es otra historia, a Roland Emmerich le dedicaré otras líneas más duras. Volviendo a Luna Nueva, el guión es lamentable -imagino que la novela será algo mejor si no ¿para qué la adaptan?- porque no aporta nada a la primera película, salvo la aparición de los patéticos hombres lobo de videojuego barato y del "cásate conmigo" del final. No hay ningún climax, durante 3/4 de metraje no aparece un jodido vampiro ¿la peli no era de vampiros?, uno de los pocos que salen, el vampiro de las rastas y encima negro, es vapuleado por los lobos Nintendo... ¡¡en un flashbak!! -el director estaría preocupado de dañar la sensibilidad fémina- y la vampira pelirroja huye (también de los lobos calienta bragas cuando no se transforman), cae al mar y desaparece; ¡ah! se me olvidaba que se encuentra con Bella incosciente y… ¡pasa de ella olímpicamente! imagino lo que estaría pensando mientras buceaba: "Ummmm para qué voy a matarla, mejor me voy con mi amigo Sebastián a ver a la Sirenita, que hoy hay fiesta de subnormales, ju, ju".

Luego el otro prota, por el que las quinceañeras y más mayores suspiraban, no aparece en toda la película; sí, me refiero al Edward este, que en vez de quedarse con la pobre empastillada Kristen Stewart para controlar su rehabilitación, se va a Río de Janeiro a celebrar la llegada de los juegos olímpicos y por supuesto, no pierde el tiempo en proyectarse astralmente hacia ella en un efecto más propio de series como “Buffy, the vampire slayer”, “Hérules, sus viajes legendarios” o “Xena, la princesa guerrera”, que ya que le pagaban pues...que trabajase algo, digo yo, aunque fuera en un fondo azul y sin su Kristen. Y del indio Jacob no voy a hablar, ese que es incapaz de tirarse a la Stewart teniéndolo a huevo toda la película y justo cuando ella le deja claro su interés -increíblemente de las pocas secuencias que ha trabajado el director- donde Bella le dice con la mirada "hazme tuya, aunque pensaré en Edward mientras lo hacemos", pero al otro le entra fiebre, sale huyendo y piensa: ”¡Sexo antes del matrimonio, noooo!, el otro día me quité la camiseta para nada, sinf”


En definitiva, yo renombraría esta “cosa” como "La Saga Crepúsculo: Soy indio y amo a Laura en luna nueva, pero se la tira el vampiro blanco" Y con el subtítulo: bostezos masivos si eres hombre, gustazo si eres mujer y te ciega la lascivia puritana...Una joyita más para la larga lista de pufos ñoños…Y ojo, a mí si me gustó la primera, que por lo menos tenía el detalle de narrarte una historia con principio, desarrollo y desenlace. Mi única manera de encuadrar la película es como un episodio de televisión, y sinceramente a una película se le tiene que exigir más.
Por lo menos, “Eclipse” -tercera entrega de la saga- que se estrenará a finales de junio de 2010, la ha dirigido el británico David Slade, director de títulos tan interesantes como “Hard Candy” y la sobresaliente “30 días de Oscuridad”.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Santiago Posteguillo cierra la trilogía histórica de "Africanus"



El pasado mes de octubre se publicó "La Traición de Roma", última entrega de la saga recreada por el escritor español Santiago Posteguillo sobre el personaje histórico de Publio Cornelio Escipión -también conocido como Africanus- durante el siglo II a.C.  Escipión pasó a la historia por ser uno de los mejores, sino el mejor, general de la República de Roma, dos siglos antes de que Julio César cruzase el Rubicón.

“La Traición de Roma” supone el epílogo de la gran epopeya histórica que representan éstas novelas. Porque, si anteriormente “Africanus” nos reflejaba la infancia y primeras campañas del personaje, para que, posteriormente, “Las Legiones Malditas” nos recreara sus mayores éxitos militares, como la victoria sobre Aníbal en la batalla de Zama, ésta última entrega nos presenta el final y declive de un Escipión cansado por la enfermedad y arrepentido de sus errores en el pasado.

                                                                                                            
La novela es digna sucesora de las dos anteriores e incluso superior literariamente. Obviamente, superar la acción y la aventura de las dos primeras era muy difícil y, como el propio autor me señaló en la Feria del Libro de Madrid, su idea era terminar la trilogía, plasmar históricamente la figura de Publio Cornelio Escipión y huir de ciertas incorrecciones históricas como que Escipión "Africanus" destruyó Cartago. Esto último queda reflejado en los apéndices del libro, muy útiles para el lector curioso por la historia real. Lamentablemente, no habrá una cuarta parte, porque la historia de Escipión termina en este libro, según Santiago Posteguillo.


La novela es también más extensa que las anteriores, así que el lector va a tener unas 800 páginas más donde disfrutar de la prosa ágil y visual de Posteguillo, su ritmo frenético y sus batallas tan ricamente descritas, así como los mapas explicativos de la formación de cada ejército en las diferentes fases de las batallas.  

Y para los amantes de la historia, no podría faltar el famoso encuentro entre Escipión y Aníbal, cuando el general romano preguntó al cartaginés cuáles –a su juicio- habían sido los tres mejores generales de la historia. Ante esa pregunta, nuestro querido -y temido- Aníbal Barca se citó a sí mismo en tercer lugar y añadió que si él hubiera vencido a Escipión en Zama, se habría nombrado en primer lugar. Un momento de la historia memorable. Siempre y cuando sea cierto el encuentro de estos dos generales de la antigüedad.  Los que quieran saber más que no pierdan el tiempo y que lean esta trilogía insuperable. Por supuesto, desde aquí hacemos un llamamiento para que algún día podamos disfrutar de esta historia apasionante en las salas de cine.